
Ya casi no se utilizan sinónimos en la televisión. Quizá debido a la influencia de las nuevas formas de comunicar en las redes sociales. Antes, repetir en exceso una palabra se consideraba una falta de vocabulario. Ahora todo es "icono", "fantasía" e "histórico". Cada minuto es histórico, de hecho. Tal vez porque así nos creemos protagonistas de la historia, pues la sociedad del selfie nos ha alimentado la necesidad de sentir que estamos viviendo en primera persona acontecimientos especiales y únicos. Aunque solo sea repitiendo coletillas de moda.
Gajes de la civilización retransmitida en un frenético directo que nos invita a convertimos en replicantes de un constante aluvión de impactos audiovisuales diarios. Pero las ideas profundas van más despacio que las imágenes y, hoy, las imágenes corren tanto que cuando quieres pensarlas ya estás en otra imagen. No hay tiempo para procesar. Como consecuencia, primeros nos quedamos aturullados y, después, desmemoriados.
Peligroso, pues sin el trasfondo de la memoria es más difícil discernir la verdad y la mentira. Incluso diferenciar qué es histórico y qué es distracción que olvidaremos más pronto que tarde. Porque casi todo lo olvidamos en la cultura audiovisual del trepidante consumo.
Por ejemplo, las series de hoy no calan tanto como las de hace años. Las engullimos en formato maratón y en un fin de semana asimilamos toda la trama, mientras que antes no nos quedaba más remedio de invertir en paciencia para esperar al siguiente capítulo que se emitía siete días después. Así se alimentaba en nosotros la disfrutona experiencia de la expectativa, especulábamos sobre cómo podían ser las tramas que se avecinaban y debatíamos con amigos. Y, claro, la serie se asentaba bien dentro del imaginario colectivo, porque nos acompañaba durante meses y daba de qué hablar en nuestras conversaciones cotidianas.
Ahora cuando vas a charlar sobre una serie ya ha llegado otra serie. Hay que correr a verla o te parecerá que te has quedado atrás. Estarás fuera del día histórico. Así es la era de la cultura obsolescente. ¿Dónde está ya en nuestra mente el plano secuencia de Amaia en La Revuelta? "¡Es histórico!", decían. Quizá bastaba con afirmar que fue bonito. Fue emocionante, sin necesidad de gritarlo.
El problema es cuando chillamos por encima de nuestras posibilidades "icono". "revolucionario", "histórico", pero solo termina retumbando en las cabezas como ese eco que va perdiendo fuerza mientras se repite. Porque los verdaderos acontecimientos históricos pocas veces se saben que lo son en el mismo instante en el que están sucediendo. Para medir la historia hace falta contexto y perspectiva, justo lo que nos arrebata la velocidad de comprensión en la sociedad apresurada.
La abreviatura de la prisa nos devalúa los recuerdos y sin memoria hasta podemos interiorizar que estamos inventando todo sin estar inventando nada. A este ritmo, el siglo XXI será una repetición acelerada del siglo XX. Menos prisa y más risa, como escribía Gloria Fuertes entonces.
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