
En la hipérbole que vivimos, hay palabras esenciales a las que se va despojando de su valor. Por sobreúso, por exageración, por simplificación o, también, por manipulación interesada. Porque a todas las palabras se las puede dar la vuelta como un calcetín. Y sin que nos demos demasiado cuenta.
Ahora, la libertad se utiliza como equivalente de 'hago lo que me da la gana'. "Es mi libertad", predican algunos sacando pecho como si fuera un arma arrojadiza que permite todo. Error. La libertad es convivencia, la libertad es la responsabilidad de la congregación. Tu libertad termina donde empiezan los derechos humanos del vecino. Aunque ya demasiados la hayan interiorizado como una apisonadora ególatra que se abre camino por encima de los demás. Sálvese quién pueda.
Otra palabra que manoseamos para justificar cualquier acto es "la verdad". De hecho, hemos sustituido el "la" por "mi". Es "Mi verdad" es el as en la manga para legitimar cualquier mentira, como es "mía" me la puedo inventar a medida. Se ve. Lo escuchamos constantemente en los debates de la tele para defender el argumento más insostenible. Y se da por bueno, claro, es "su verdad".
Los ciudadanos nos hemos convertido en meros consumidores y nos sentimos clientes que siempre debemos tener la razón. Pero compartir el mundo no es igual que comprar con la tarjeta de El Corte Inglés.
Hasta la palabra “concordia" se intenta que sea algo así como esconder al discrepante debajo de alfombras, "periodismo" se pretende que quede reducido a "persuasión" e "igualdad" se está mutando en "homogeneidad". Qué peligroso. La igualdad crece en la diversidad. La igualdad crece en la solidaridad. Eso nos hace más fuertes como sociedad, eso nos empodera.
"Empoderamiento" es otro palabro que se desvirtúa a menudo. "Ponte tacones, empodérate", predican algunos anuncios. ¿Mande? Meterte en el carril sexista quizá no es empoderarse, que es el 'power' de quererte cómo eres sin la condescendencia que te fuerza a subyugarte a un cliché para ser aceptado socialmente.
Ninguna palabra se salva. Hasta la felicidad ya es sinónimo de productividad. O hacemos muchas cosas, incluso en vacaciones, o no cumplimos las expectativas gigantes a las que la sociedad nos empuja. Así estamos exhaustos, aturullados, desmemoriados. Qué manipulables somos aturdidos. Al final, la verdadera felicidad debe ser algo así como la serenidad. Pero, claro, para estar serenos necesitamos que todas estas palabras esenciales que nos han llevado hasta aquí no pierdan ni una chispa de su profundo significado.
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