
La fundación El Hogar es un santuario de animales repletos de historias, en su mayoría, protagonizadas por animales desahuciados a quienes nadie les quiso ayudar, excepto Elena Tova, directora de la fundación y su equipo de cuidadores, quienes cuidan a diario a cientos de animales con necesidades especiales.
Entre los inquilinos más especiales del santuario se encuentra Ommi, un perro con problemas neuronales al que su anterior familia casi sacrifica. "Conocimos su historia a través de un voluntario del santuario", relata Tova. "Una familia había vivido con un cachorro que les habían regalado los criadores, un mini Pincher que procedía de camadas entre hermanos en las que eran habituales ver animales ciegos o con alguna discapacidad, por eso lo regalaban".
La directora del santuario explica que, cuando Ommi (por aquel entonces con otro nombre) empezó a crecer, aparecieron los problemas de conducta y su familia empezó a tacharlo de agresivo. "La madre de la familia quiso buscar una solución porque el padre quería sacrificarlo, lo cual me sonó raro cuando me enteré de que tan solo pesaba cuatro kilos", comenta.
"Cuando vi su carita supe que había mucho más detrás", asegura Tove. "Tenía los ojos muy juntos, la mirada perdida, a penas podía ver... Tenía dolor en la espalda y no lo llevaban al traumatólogo y las niñas lo cogían en brazos y le dejaban caer al suelo. No entendían que Ommi tenía una discapacidad".
La nueva vida de Ommi en el santuario
Tras conocer su historia, Tova decidió llevar a Ommi al santuario, donde las cosas no fueron fáciles desde un principio. "Tenía tanto miedo que no lo podíamos ni tocar", asegura. " Tardé un mes en poder ponerle un collar para pasear, los cambios de luz le provocaban ataques de miedo (que al principio pensábamos que era epilepsia), la voz de un hombre le hacía convulsionar, se hacía pipi y caca del terror que tenía".
"Empezamos a acudir a diferentes neurólogos y siempre nos recomendaban el sacrificio, sin ver primero que ocurría dentro de su cerebro", lamenta Tova. "Cuando al final logramos hacerle un TAC, vieron que tenía lisencefalia, hidrocefalia, que no tenía tejido rugoso (que conecta los dos hemisferios del cerebro) y que le faltaba un trocito de cerebelo".
En ese punto fue cuando la directora del santuario se dio cuenta de que Ommi no entiende la vida y el entorno que le rodea y que no es capaz de gestionar sus emociones. "Es parecido a un niño autista o con síndrome de Dawn, no entiende lo que ocurre, se enrabieta, tiene miedo y se golpea con cosas cuando sus emociones son demasiado fuertes".
Ommi es un perrito neurodivergente y hay que tenerle como en su palacio de cristal, en este caso en El Hogar
"Hasta hace poco, este tipo de animales se sacrificaba pero, cada vez más se los trata y se les apoya", considera Tova. "Por desgracia, cuando Ommi llegó a nosotras (hace tres años), esto era impensable y tuvimos que ser autodidactas, juntándonos con otras personas que pensaban como nosotras y que convivían con animales así, aprendiendo unas de otras, apoyándonos y consolándonos cuando lo necesitábamos".
Tova defiende que a los enfermos hay que curarles y no sacrificarles. "Entiendo que hay patologías que no se pueden curar, pero se pueden apoyar y se puede brindar una vida placentera", asegura. "A Ommi le gusta mucho la comida y lo expresa a su manera (diferente a la de los demás perros), también le gusta tomar el sol y dormir junto a la calefacción".
A día de hoy, Ommi ha mejorado mucho. Según la directora del santuario, se pone contento cuando ve a los cuidadores, pasea, soporta ruidos y cambios, pero sigue necesitando mucha paz. "No hay que gritarle y hay que cuidar los cambios bruscos de luz, tono y ruidos, pero es simplemente eso, un perrito neurodivergente y hay que tenerle como en su palacio de cristal, en este caso en El Hogar", afirma.
En los tres años que ha convivido Ommi en el santuario, Tova recuerda un episodio que fue muy duro y complicado para todos. "Decidimos operarle en una clínica de renombre y, tras hacerlo, el veterinario nos olvidó por completo", critica. "Tras la cirugía le dio un síndrome vestibular (al sacar el líquido de cerebro de golpe) lo que le provocó unos vértigos muy fuertes y estuvimos siete días sin saber qué hacer".
"No podía comer, sufría, lloraba y yo no sabía si eso sería para siempre así", recuerda Tova. "Tuve que forrar una habitación grande con colchones para que no se golpeara porque se la abrían los puntos de la cabeza al correr de un lado para otro... Casi entro en depresión por no poder ayudarle ni entender qué le pasaba".
Por suerte, el pequeño perrito salió adelante y empezó a mejorar. "Encontró el equilibrio, la paz que necesita y ahora podemos sacarle de paseo, convive con gatos, perros, no le teme ni a los cerditos del santuario, ni a los humanos... tiene una vida feliz ", asegura la directora de la fundación.
"Y se ha convertido en un estandarte de los perros divergentes", agrega. "Un ejemplo de que los animales pueden vivir felices con discapacidad si cuentan con un entorno agradable y el cuidado necesario, aunque requieran de más atenciones".
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